El cerebro está compuesto de múltiples unidades de proceso:
cientos de miles de millones de neuronas, millones de columnas
neocorticales y decenas de áreas cerebrales que actúan conjuntamente
para realizar tareas. Cada tarea se puede descomponer en múltiples
subtareas en un proceso sin fin. Las subtareas pueden además combinarse
de nuevas formas para dar lugar a novedosos comportamientos que antes no
existían.
La primera constatación de este hecho vino de mano de los test de inteligencia. Pronto Alfred Binet
y sus colegas se dieron cuenta de que no existe una inteligencia. Así
propusieron baterías de pruebas de inteligencia que medían razonamiento
espacial, numérico, verbal...
El sentido común parece reforzar la tesis de las tareas del cerebro. Miles de componentes deben de realizar distintas tareas
que combinadas den lugar a un comportamiento aparentemente uniforme. En
su apoyo vienen los múltiples estudios de daños cerebrales. Daños en
distintas áreas producen distintas alteraciones de comportamiento. Y así
podemos seguir con la neuroimagen en la que distintas tareas activan distintas áreas cerebrales.
Lo anterior lleva plantearse el problema del lenguaje
aplicado a los comportamientos. ¿Qué es ver, o pensar o sentir? Son
unas tareas formadas por subtareas que a su vez se pueden dividir hasta
atomizar por completo la conducta. Y aunque introduce una gran confusión
no parece quedar más remedio que descomponer la conducta si queremos
entenderla.
Un par de ejemplos ilustran la pertinencia del debate.
En "El juicio moral puede cambiar influido por imanes."
se plantea que juzgamos moralmente a una persona en relación a sus
intenciones. Si (mediante la TMS) inhibimos la parte del cerebro que
evalúa las intenciones de esta persona, el juicio moral varía y sólo
queda atender a las consecuencias del acto realizado.
En "La conciencia. Investigación experimental de Stanislas Dehaene"
se pone en evidencia que un estímulo llega a la conciencia después de
haber tenido un alto grado de procesamiento previo. Y aún los estudios
de Benjamín Libet ponen de manifiesto que tomamos decisiones antes de
que estas sean conscientes y que el experimentador puede conocer lo que
ha elegido el sujeto antes que el sujeto mismo.