¿Existe la voluntad?

La voluntad y la consciencia humana son conceptos estrechamente ligados con la libertad de acto, y la libertad de acto es un concepto, a su vez, estrechamente ligado con la naturaleza humana.

Ser conscientes de nuestros actos y capaces de modificarlos a antojo, de ajustarlos al ambiente y a una serie de reglas adquiridas y expresadas por voluntad es un rasgo característico de nuestra especie (que, al menos, sobresale en la nuestra si no es patrimonio exclusivo).
Por decirlo como lo dice el lenguaje cotidiano, la naturaleza, en nosotros, “tiene menos control”. Parece como si para nosotros esos “instintos” propios de los animales ocupasen una naturaleza más baja y el “control voluntario” de los mismos una naturaleza superior. Pero esta expresión sólo tiene sentido en el entorno filosófico y religioso que hemos heredado. En la biología y, más concretamente, en la neurociencia, la consciencia y la voluntad son producto de la misma naturaleza que los instintos. Consciencia y voluntad “no son más que” mecanismos filogenéticamente nuevos que permiten, entre otros, un mayor grado de flexibilidad comportamental y, por tanto, de adaptación al entorno. Son fruto de la evolución cerebral, más concretamente y en su mayoría de la evolución de la corteza prefrontal y otras áreas de asociación cerebrales.

Todavía no hemos logrado desentrañar la totalidad de las bases neurofisiológicas de estos conceptos tan necesarios para el elevado concepto que solemos tener sobre nuestra especie, pero vamos a describir a continuación algunos hallazgos que quizás hagan modificar tu idea acerca de lo que suponen la voluntad y la consciencia.

El Bereitschaftspotential o potencial de preparado
Bajo este extraño nombre se esconde un concepto complejo en términos naturales pero sencillo en su comprensión. El Bereitschaftspotential (BP a partir de ahora) o potencial de preparado es la expresión eléctrica en nuestro cerebro del inicio voluntario de un movimiento que se registra en la corteza premotora, la región cortical que hemos definido en más de una ocasión como la “antesala” del movimiento.

El BP precede al movimiento voluntario (siendo el movimiento voluntario sólo una parte de lo que conocemos por “voluntad”). Si, por ejemplo, nos proponemos la tarea de mover nuestro dedo índice para hacer clic en el ratón y expresamos el hecho en un gráfico en donde el tiempo 0 es el momento en el que se registra actividad eléctrica en las fibras musculares de dicho dedo, el BP empieza hacia los -1,2 segundos. El BP es la señal eléctrica de la corteza premotora “formando” el movimiento voluntario antes de la implicación de la corteza motora (donde, por así decirlo, se conforma la “orden” final de movimiento).

El experimento de Libet y la ilusión de voluntad

Benjamin Libet es otro de los nombres ampliamente conocidos de la Psicología, quizás por las controvertidas conclusiones del experimento del que vamos a hablar. Libet exploró el Bereitschaftspotential o potencial de preparado ya que este parecía ser sustrato eléctrico de ese concepto tan seductor como la voluntad. Lo que quiso concretamente fue explorar la relación entre este BP y la “sensación” de voluntad, esto es, la sensación de estar haciendo algo por voluntad propia.
Su experimento consistió en lo siguiente: sería registrada la actividad electroencefálica y electromiográfica (muscular) del sujeto. Este tendría que cumplir una sencilla tarea motora: estaría contemplando una pantalla en donde un punto se mueve de punto en punto en torno a una circunferencia (imaginemos que esta circunferencia se trata de un reloj y que el punto se va desplazando de número a número). Las instrucciones eran sencillas: el sujeto debía elegir cuándo pulsar un botón de manera completamente libre. Simplemente debería anunciar en qué posición se hallaba el punto cuando el sujeto quisiera actuar (pulsar el botón).
Este extraño método permitía tomar diversas medidas: cuando el sujeto anunciaba que iba a pulsar el botón el punto estaba en ese peculiar reloj en un punto x, cuando el sujeto pulsaba el botón, el punto estaba en ese peculiar reloj en un punto x+t. Esta diferencia de posiciónd el punto indicaba el tiempo que tardaba la orden del sujeto en ejecutarse. De media existía un retraso de 200 milisegundos entre la sensación de voluntad y la ejecución del movimiento.

Pero lo más controvertido vino por la medida de la activdad electroencefalográfica: en el experimento registraron que la actividad cerebral que interviene en el inicio de la acción (el BP ) ocurría, de media, 500 milisegundos antes que la pulsación del botón. Esto es, ocurría 300 milisegundos antes que la sensación de voluntad.

¿Cómo se interpreta esto? He aquí la controversia generada por el experimento de Libet: la “orden cerebral” de lo voluntario comenzaba antes que la sensación de voluntad, ergo la sensación de voluntad no podía ser origen del movimiento voluntario sino algo así como una lectura de la intención. El experimento de Libet daba como resultado que la voluntad no existía (al menos en el plano motor), que la sensación de tener control voluntario de lo que hacemos no es sino una información sobre lo que ya se está ejecutando, que los procesos inconscientes del cerebro eran y la voluntad sabía de ellos como una especie de “vigilante en su torre de vigilancia”.

Si debemos explicarlo en forma de analogía, podemos imaginar una cárcel en donde los reos, los procesos inconscientes, se mueven en el patio y el vigilante los observa e informa al “control central”, la sensación de voluntad, de lo que hacen. El “problema” es que el control central recibiría la información de manera que creyese que los reos están actuando bajo sus órdenes cuando en realidad esa creencia no se fundamenta más que en la manera en que recibe la información: los reos actúan sin control del sistema.

Pero Libet no desechó del todo la voluntad para el individuo. Libet afirmaba que el individuo podía ejercer su voluntad por veto, es decir, por la voluntad de detener esos procesos inconscientes que llegan a la consciencia en forma de “falsa voluntad”, de detener un acto. Pero hay estudios, como este de la Universidad de Gant, que igualmente achacan la voluntad por veto a una sensación de voluntad por veto generada por procesos inconscientes como los que generan la voluntad de actuar.

Otras evidencias

Otros experimentos similares a los de Libet replicaron los resultados, y lo mismo ocurre con experimentos de diferente método. Conocimos la técnica para influir en la actividad cerebral a la que nos vamos a referir en “Estimulación Magnética Transcraneal: el “mando a distancia” neuronal“.
En un experimento sobre la voluntad, se expuso a sujetos diestros a estimulación transcraneal en su hemisferio derecho motivando, de este modo, la actividad motora del lado izquierdo del cuerpo (debido a lo que pudimos leer en “¿Por qué cada lado del cerebro controla el lado opuesto del cuerpo?“). Es decir, excitaron la aparición de BPs en la región cortical que rige la mano que normalmente no utilizaban para hacer algo. A pesar de que los diestros elegimos nuestra mano derecha para ejecutar acciones en la mayoría de las ocasiones, los sujetos del experimento emplearon su mano izquierda para ejecutar una serie de acciones en más del 80% de las veces. Lo más curioso e interesante para el caso de este experimento, es que los sujetos percibieron esa elección como voluntaria. Es decir, la estimulación de las áreas motoras del hemisferio derecho afectaron a la percepción de la voluntad.

¿Cómo debemos considerarlo?

Los resultados del experimento de Libet, aunque han sido criticados, han sido replicados, de modo que parece existir una cierta consistencia para lo que afirman: que la voluntad es una sensación posterior a lo que creemos que la voluntad origina.
Si nos detenemos a pensar en la concepción clásica de la voluntad como esa “entidad interior” por la que nos conducimos, encontramos que se trata de una herencia de la filosofía más que algo científicamente plausible. Y la pregunta que surge al respecto parece tener una respuesta bastante clara: si nuestra consciencia y todo fenómeno mental es fruto de la actividad del encéfalo, ¿cómo un fenómeno mental puede originar actividad en el encéfalo? Está claro que los fenómenos mentales presentes influyen en nuestra conducta (la actividad eléctrica presente que origina fenómenos mentales y sus consecuencias determina la actividad eléctrica posterior), pero la aparición de estos fenómenos mentales no son un acto repentino sino que se tratan de un momento en un contínuo de actividad electroencefálica de los que (a veces) tenemos consciencia. En cambio, la concepción clásica que tenemos de voluntad es algo así como una mano que no depende de “la carne” que es el cerebro que gira la llave que pone en marcha el motor eléctrico que es el cerebro.

Ahora bien, que nuestra concepción clásica de la voluntad se tambalee no significa que debamos considerarnos seres carentes de una capacidad similar a lo que siempre hemos denominado voluntad. Tampoco debemos considerarlo una carta blanca para el crímen o para cometer actos no éticos aprovechando estos descubrimientos sobre nuestra naturaleza (“no lo hice voluntariamente”). Está claro que somos seres capaces de actuar siguiendo convicciones, razonamientos y normas sociales aunque estas actúan de modo que lo que denominamos voluntad es un reflejo de lo que ya está en ejecución de una forma tan coordinada que casi parece causa consciente. También está claro que, a pesar de conocer la naturaleza de la voluntad, el resultado sigue siendo el mismo: la sensación de voluntad es real aunque la ciencia nos haga ver que se trata de una “información sobre el inconsciente” más que una voluntad. Y con ello debemos quedarnos pues es con lo que la Selección Natural nos dotó.

Y ha resultado una dotación ciertamente adaptativa y de resultados tan apasionantes como la capacidad de explorar la misma naturaleza de la voluntad.