NEW HAVEN, Connecticut.- Una de las metas de la investigación sobre inteligencia artificial es crear una computadora "pensante". En 1950, el gran matemático británico Alan Turing calculó su advenimiento para el año 2000. Pero hoy estamos tan lejos como entonces de fabricar computadoras capaces de simular los procesos del pensamiento humano porque antepusimos la ciencia al sentido común.

Dicho en términos sencillos, se nos escaparon varios hechos obvios e importantes acerca de la naturaleza del pensamiento, hechos que teníamos, y tenemos, ante nuestros ojos. La filosofía tiene por finalidad mostrarnos hechos tan obvios que podrían pasar inadvertidos. Al parecer, la mayoría de los filósofos se durmieron en sus puestos largo tiempo ha.

Tomemos cuatro situaciones conocidas. En la primera, consideramos un problema (por ejemplo, a qué plan previsional deberíamos adherirnos) en forma lógica y analítica. En la segunda, pensamos en él superficialmente basándonos en la experiencia, más que en el análisis ("mi computadora se atascó; la vez anterior, la arreglé haciendo tal y tal cosa; probaré a hacer lo mismo"). En la tercera, miramos por una ventana dejando vagar nuestro pensamiento. En la última, estamos dormidos y soñamos.

El hecho aislado más importante sobre el pensamiento se infiere de una observación obvia: estos cuatro estilos están concatenados. Podemos etiquetarlos "análisis", "sentido común", "asociación libre" y "sueño". Pero el detalle clave es que constituyen cuatro puntos de un solo espectro continuo, con el análisis en un extremo y el sueño en el otro.

A los psicólogos y a los expertos en informática les gusta hablar del análisis y el sentido común como si fueran sal y acero, manzanas y naranjas. Más nos valdría concebirlos como dos colores, rojo y amarillo, separados no por algún límite marcado, sino por una gama continua de naranjas rojizos y amarillos anaranjados.

La mayoría de las personas hace sus mejores reflexiones analíticas cuando están bien despiertas. Al decaer la atención, declina nuestra capacidad analítica, recurrimos menos al análisis y más al sentido común. Si nuestra atención decae aún más, nuestra mente comienza a divagar. En algún momento, miramos por la ventana entregados a la libre asociación de ideas. Dormirse también es una transición gradual (uno de los descubrimientos más interesantes de la psicología experimental es que empezamos a soñar antes de dormirnos, estando todavía fisiológicamente despiertos). La libre asociación y el sueño son el azul y el violeta, con un hermoso espectro intermedio de azules violáceos.

Para comprender el color, no basta comprender el rojo y el amarillo, o el azul y el violeta. Hay que comprender todo el espectro. Del mismo modo, para comprender el pensamiento no basta comprender el análisis y el sentido común o la libre asociación y el sueño. Hay que comprender todo el espectro cognitivo.

En consecuencia, es absurdo creer que podemos simular el pensamiento en una computadora sin haber comprendido y simulado todos los matices que lo componen. Por ejemplo, soñar es simplemente tener alucinaciones mientras dormimos. En otras palabras, sólo podremos crear una computadora pensante una vez que hayamos construido una computadora que tenga alucinaciones.

Para entender la mente, podemos concebirla provista de un dial imaginario con la leyenda "concentración mental", "atención" o "estado de vigilancia". (Ignoro la base psicológica de la "concentración mental"; los fisiólogos no pueden informarme porque, en su mayoría, también la ignoran. Está ahí, delante de sus narices, demasiado cerca para reparar en ella.) Inventar analogías

Las "personalidades cognitivas" varían según las personas. Algunas se sienten más cómodas pensando analíticamente, con sus diales en posición "alta concentración". En todos nosotros, dicha concentración oscila durante el día. Cuanto menos espabilados estemos, tanto menor será nuestra capacidad analítica. No podemos dormirnos mientras nuestra concentración mental no haya descendido por debajo de cierto umbral. (Si comprendimos la base fisiológica de la concentración mental, casi seguramente comprenderemos mejor los trastornos del sueño.)

Durante generaciones, los psicólogos intentaron comprender la creatividad, que es distinta del pensamiento analítico. Salta a la vista que la creatividad depende de inventar analogías. Si las analogías son nuestro fuerte ("esa trémula hoja de roble me recuerda el ala de una mariposa"; "ese reloj del siglo XVII es una computadora con pantalla redonda"), tenemos una base para pensar en forma creativa, para encarar viejos problemas de un modo novedoso. Pero ¿cómo inventamos analogías?

La respuesta debe de tener algo que ver con el espectro del pensamiento. Adviértase la similitud entre dormirse y pensar en forma creativa: por mucho que lo intentemos, no podemos obligarnos a hacer lo uno ni lo otro. No podemos inducirnos al sueño concentrando el pensamiento. Para dormirse, es preciso desconcentrarlo.

Varios estudios han llegado a la misma conclusión respecto de las analogías. Los pensadores creativos no alcanzan su productividad máxima cuando se concentran sino cuando se desconcentran, cuando no piensan en el problema por resolver sino en otra cosa. Así pues, para pensar de manera analítica, debemos concentrarnos al máximo; para pensar en forma creativa, debemos dejar que nuestra concentración decline, pero no al extremo de quedarnos dormidos.

Para completar el cuadro, notamos que la emoción crece en importancia a medida que la concentración decae. Entonces, las emociones pasan a ser "signaturas" o "codificaciones" de pensamientos complejos. Cuando dos ideas parecen inconexas pero nos provocan el mismo sentimiento, tenemos una base para vincularlas y para inventar una nueva analogía. Desde esta perspectiva, parece obvio que ninguna computadora "pensante", permanentemente concentrada al máximo, puede acercarse a una simulación del pensamiento humano.